Clase para Clásicos del Mazmorreo: El brujo, de Jordi Vidal

Muchas historias se cuentan en las frías noches de invierno, mientras el crepitar de los hogares calienta las manos heladas de los pobres aldeanos. Historias de criaturas de pesadilla que acechan en la espesura, allende en los árboles o escondidas en el fondo de las oscuras aguas de los lagos. También de seres vengativos, que vuelven sin poder tener descanso eterno, o de abominaciones devoradoras de carne y vísceras. En todas ellas aparece un personaje oscuro y sibilino, avaro como el que más pero de gran habilidad. Las historias suelen dejar claro que su habilidad no es gratis, pues habrá que pagar en oro o en especia, en propiedades o con los propios hijos. Con su espada de plata el personaje oscuro acaba con el gran mal y por un pago se aleja sin más.

En realidad, las historias no andan muy lejos de la realidad en referencia a lo que hacen los brujos. El brujo es un individuo especializado en dar caza a todo tipo de criaturas que perturban la paz del resto de mortales. Las habladurías y las malas leyendas les han asignado todo tipo de orígenes, desde el simple criminal hasta el demoníaco. Se les asigna gran fuerza y ojos felinos, gran lujuria y avaricia. Todo eso solo son mentiras. Mentiras al menos mientras no están trabajando. Cuando trabajan los brujos hacen acopio de una combinación de habilidad marcial, un poco de magia y de sus dones alquímicos en forma de pociones capaces de modificar su percepción, su fuerza o su velocidad.

Al final todo se remite a las necesidades y al miedo. ¿Que da más miedo, la bestia amorfa que destroza a dentelladas el ganado y que ha mutilado a la hija del vecino o el individuo de ojos raros y gran fuerza capaz de despedaza a esa bestia? La mayoría de los pueblerinos deciden temerle a la bestia y tolerar al brujo, por su bien.

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