La intención es proporcionar una fina punta de hilo para que los jugadores tiren de ella y creen una trama dejando volar su imaginación, buscando y creando posibles patrones dentro de lo descrito o añadiendo cuantos factores nuevos crean necesarios. La historia no tiene un final establecido porque son los jugadores y el Master quién deben tejerlo a medida que juegan.
También se puede optar porque la periodista sea un Pj.
Me llamo Maya Anderson. Se puede decir que pese a tener un mal comienzo, he tenido una buena vida. Cuando pienso en mi niñez, mi memoria se mete automáticamente en el cuarto oscuro bajo la escalera de aquella vieja casa, de doble piso, donde vivíamos mi madre y yo.
Aquella noche llovía, y sólo las pausas de los ensordecedores truenos me permitían escuchar los aporreos en la frágil puerta de la entrada. Mi madre me cogió fuertemente del brazo y ambas nos introdujimos en ese cuartucho de la escalera. Posiblemente, en aquel momento, pensaría que todo formaba parte de un juego. Pero nada más lejos de la realidad. Una vez allí dentro, mi madre me ordenó que no saliera pasase lo que pasase. Acto seguido, me tapó la boca con un trapo húmedo y me puso un objeto metálico en el pecho. Lo último que recuerdo de aquella noche es el dolor a fuego vivo que sentí en mi pecho en ese momento.
Según el informe policial, fue mi madre quien me marcó con un hierro al rojo vivo. La encontraron gritando algo sobre romper una ilusión carcelaria. No había nadie más en la casa cuando llegó la policía. Debido a un supuesto estado crítico de enajenación mental la encerraron en un psiquiátrico, pero pocos días después se suicido. Dado que aún hoy en día no se sabe nada sobre identidad de mi padre, los servicios sociales de Londres se hicieron cargo de mí.
Por suerte, o tal vez por desgracia, mis primeros recuerdos “normales” comienzan en el orfanato. Pero mi tiempo allí fue más bien escaso. A las pocas semanas, con apenas seis años, la familia Anderson me adoptó. Se trataba de un matrimonio bien entrado en los treinta que no había podido tener hijos. Él era medico y ella abogada. Pero dejó de ejercer poco después de mi adopción. Después de todo, la situación económica era bastante desahogada. Mi infancia pasó como la de cualquier otra niña. Me centré en los estudios, motivado por una educación estricta e inculcada.
La universidad fue una liberación en cierto modo. Las cosas cambiaron y durante algún tiempo me deje llevar por la diversión. Probé las drogas y el ron aún es mi debilidad hoy en día. Pero por suerte, y gracias a una chica, conseguí volver a enderezar mí rumbo. Logró alejarme de mi jaranero compañero de cuarto y de un sin fin de fiestas universitarias. La chica se llamaba Alexia Fishburne. Era inteligente, divertida y preciosa. Pero sobre todo tenía carácter, ya lo creo que tenía carácter. Con las ideas muy claras, nunca dudaba un instante en decir lo que pensaba. Era de esas chicas que dejan huella.
Durante casi dos años salimos juntas. Pero en aquel tiempo ambas nos volvimos ambiciosas. Yo, gracias a ella, me centré en sacarme la carrera de Periodismo. Ella por su parte tenía otros planes, así que al final rompimos pero de manera amistosa.
Recién terminada la carrera y gracias a mi padre, me ofrecieron un trabajo en un prestigioso periódico de Londres, pero lo rechacé. Mis padres me habían abierto todas las puertas que se habían cruzado en mi camino. Pero decidí que era suficiente. Debía hacerme valer por mí misma y por mis capacidades. Busqué un piso y me fui a vivir de alquiler. Deseaba ser autosuficiente, pero no era sencillo. Por mucho que buscaba trabajo nadie estaba dispuesto a contratar a una novata. Así que durante varios meses trabajé como camarera en uno de los clubs más populares de la ciudad. El sueldo era una mierda, pero las propinas lo compensaban con creces. El club en cuestión, el Café París, era un lugar para los niños ricos de la capital. Típicos niñatos acomplejados que se creían que mi culo era de su propiedad. Me acabaron echando cuando le rompí la nariz de un puñetazo a un chico que se pasó demasiado de la raya. Afortunadamente, no hubo denuncias de por medio.
Al cabo de unos meses, un viejo compañero de universidad me llamó para ofrecerme un trabajo. Con la guerra de Iraq necesitaban nuevos corresponsales, y él se acordó de mí. Pagaban muy bien pero el trabajo en sí era muy arriesgado. Una oportunidad que no quise dejar escapar.
No diré que aquello fue fácil y menos con mi gran habilidad para meterme siempre en medio de los escenarios más cruentos. Realicé entrevistas tanto a soldados como a iraquíes, y saqué cientos de fotos de todo aquello. El 15 de diciembre del 2003, y tras varios meses en aquel infierno, decidí volver. Eso si, lo hice con unas fotos únicas del arresto de Sadam Husein.
Los artículos e imágenes que envié al Times durante aquel tiempo, me valieron una plaza fija en su plantilla. Pero primero me tomé un mes de vacaciones para desconectar de todo aquello. El haber vivido tanto tiempo en constante tensión así como los propios horrores de la guerra, me impedían descansar con tranquilidad. Cuando por fin me reincorporé al trabajo realicé toda clase de reportajes. Era una especie de comodín para el periódico y allí donde necesitaban una reportera, me enviaban. Por suerte, y tras un año de duro trabajo, mi experiencia en Iraq me sirvió para realizar otra clase de reportajes.
Fui enviada a otras partes del país y trabajé con otros dos compañeros de profesión, Steve y Anne. Ellos eran más veteranos y aprendí mucho de su experiencia. La primera vez, nos infiltramos en un grupo que traficaba con niñas. La noticia fue un bombazo y, por supuesto, la banda fue desmantelada en una espectacular operación policial. Después, tan solo nos volvimos a reunir en el 2006 para realizar otro trabajo similar. En esa ocasión, el asunto trataba sobre el contrabando de armas. A partir de ahí, mi reputación profesional alcanzó niveles que ni yo misma me podía esperar. Me ofrecieron puestos de mucha responsabilidad pero decliné todas las ofertas. Lo mío es el trabajo de campo, el fango.
Fue mediante una investigación como volví a encontrarme con Alexia Fishburne. Yo cubría la noticia de un asesinato en enero del 2017. Ella, por su parte, era miembro de la policía científica. El reencuentro fue agradable y pronto la chispa volvió a saltar entre nosotras. Casadas con nuestros trabajos, digamos que la nuestra era y es una relación de amantes mantenida en un secreto convenido en pos de evitar desagradables interferencias profesionales. Aunque vivimos separadas, no es de extrañar que pasemos temporadas juntas. Fue en una de esas temporadas, el pasado octubre, cuando todo cambio.
Mi portátil estaba sin batería y me había dejado el cargador en la oficina. La noche había sido especialmente apasionada y estaba dispuesta a tomarme el día libre. Así que mientras esperaba la llegada de Alexia, usé su ordenador. Fue por pura casualidad que al entrar accedí a una carpeta que tenía en el escritorio. En su interior había varias fotografías sobre el último caso que llevaba. Se trataba de un asesino en serie que disfrutaba destripando a las personas, Lo habían bautizado como “el eviscerador”. La curiosidad me invadió y empecé a ver las imágenes. Desgarradoras fue el mejor adjetivo que se me ocurrió para describir tanta maldad plasmada en unas fotografías. Las dos víctimas, dos adolescentes de Soho, tenían el vientre abierto y los intestinos desparramados por el suelo. Ambas eran hermanas de origen irlandés,
Aquellas imágenes me dejaron un mal sabor de boca, así que decidí darme una ducha. Mientras me duchaba no podía evitar sentir que algo se me escapaba. Estaba secándome cuando me di cuenta de ello al ver mi torso desnudo en el espejo. De nuevo mi mente se fue instintivamente a aquel cuarto oscuro junto a mi madre.
Fui corriendo al ordenador y volví a mirar las imágenes. Después cogí mi cámara digital y tomé una foto de mi pecho. Al compararla me quedé de piedra. Los intestinos de las víctimas estaban desparramados pero no al azar como pensé al principio, si no formando un extraño dibujo. Un símbolo con un significado del todo desconocido para mí pero que era casi exactamente igual al que, supuestamente, mi madre me había grabado a fuego, dolor y sangre muchos años atrás.
De esto hace tres meses, desde entonces no he parado de investigar sobre el significado del símbolo pero sin apenas resultados. Estoy empezando a sentir barreras invisibles e intencionadas que me impiden avanzar. Incluso creo que llevan días siguiéndome. Quizás esté paranoica, no lo sé.
He de confesar que el desánimo ha hecho mucha mella en mí. Incluso estuve a punto de abandonar todo y seguir con mi vida. Y así hubiera sido si no llega ser porque he descubierto algo que, de estar en lo cierto, me aterra incluso más que aquella oscuridad de mi infancia.
A lo largo de los años han sido encontradas otras víctimas ejecutadas con el mismo ritual. Las noticias de sus muertes pasaron desapercibidas y sus casos sin resolver. Pero lo verdaderamente inquietante es que tiempo después de cada asesinato de ese tipo, acontecía una gran tragedia. Cuanto mayor era el número de víctimas evisceradas formando el macabro símbolo, mayor era la tragedia.
La mayor tragedia ocurrida que corresponde con mi teoría es el hundimiento del Gustloff, con ocho mil muertos. Por aquel entonces, días atrás, habían aparecido cinco cadáveres destripados con sus intestinos cuidadosamente colocados por el suelo.
Coincidencias encontradas
- 1912: Hundimiento del Titanic. (1403 víctimas). Semanas atrás, en marzo, encontraron los cadáveres de tres prostitutas en Southampton con la firma de “el eviscerador”. Sus nombres, Amber, Angie, y Annette.
- 1945: Hundimiento del Gustloff. (9343 víctimas). Días antes, asesinaron en similares circunstancias a cinco enfermeras de la armada alemana en la isla de Kuhwerder. Sus nombres: Anke, Augustine, Angela, Annegret y Abigail.
- 1977: Accidente aéreo Los Rodeos, Tenerife. (583 víctimas). El día antes del siniestro, dos hermanas fueron encontradas asesinadas en sus respectivos pisos de Ámsterdam y Nueva York. Sus vísceras estaban en el techo del salón. Se llamaban Amanda y Alida Van der Heijden
- 2001: Atentado Torres Gemelas de Nueva York. (3016 víctimas). En esta ocasión, las asesinadas fueron cuatro animadoras de los Boston Celtics. Las encontraron once días antes de la misma manera que las otras víctimas en la propia cancha del equipo. Las pobres desdichadas respondían al nombre de Ava, Ameline, Allison y Alyssa.
Acaban de aparecen dos nuevas víctimas, esta vez en Chelsea. Dos turistas españolas, Alba y Ainara. Ahora ya llevamos cuatro muertes… No sé qué significa todo esto y tal vez tan solo sean extrañas coincidencias. La verdad que ahora se está demorando demasiado esa supuesta gran tragedia que debe ocurrir en comparación con los otros casos. Pero debo… Necesito llegar al fondo de todo este asunto.
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